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CURSO 2013-2014
ORGANIZADO POR LA DIPUTACIÓN

     CUENTOS DEL BIBLIOBÚS      

             Este curso presentamos tres cuentos en el concurso de cuentos ilustrados que organiza la diputación de Valladolid. Aparte de dos cuentos que escriben Samuel y Héctor, Juan se a animado y a escrito su primer cuento. Dos son de miedo y otro es de un niño de pueblo que se muda a la ciudad. ¿Os suena? Han puesto mucho empeño y le han dedicado mucho rato. Esperamos que os gusten. 

 

 MARCOS, UN NIÑO QUE VA A LA CIUDAD QUE SUEÑA CON EL PUEBLO 

escrito por Héctor y Samuel

¡Mirad qué historia más divertida que tengo!

Pero no os impacientéis, porque falta presentarnos. Mi nombre es Marcos y vivo en una ciudad que se llama Valladolid, con mis padres Ester y Pedro. Después ya conoceréis a mis amigos Miguel, Carla y César.

Bueno, vayamos al grano y empecemos.

Como os iba diciendo, yo vivía en un pueblo que se llamaba Cogeces de Íscar, a37 kilómetrosde Valladolid. Me encantaba mi pueblo. Tenía una casa de dos pisos y un jardín alrededor. Todos los días que salía el sol, salía a jugar con mis amigos. Jugábamos al fútbol, al baloncesto, pero lo más divertido era jugar por las noches de verano al escondite y a veces nos inventábamos escondites tan difíciles que era muy complicado encontrarnos. Era una chulada.

Otro aspecto de mi vida de pueblo, era el colegio. Iba a un colegio muy pequeño en el que éramos 12 alumnos. Teníamos un profesor, que era de Valladolid y tenía que estar con infantil y primaria a la vez. Se esforzaba mucho en enseñarnos y ayudarnos a entender los ejercicios más difíciles. Tenía un problema. Si estaba con los pequeños, no podía estar con los de primaria y si estaba con los de primaria, no podía estar con los de infantil. Pero de todas formas, me encantaba ir a mi colegio de pueblo con Carla, Miguel y César. Formábamos un grupo “espectacular” según mi maestro.

Cogeces de Íscar tiene un río en el que nos bañábamos y jugábamos en la arena. Hacíamos una especie de manantial, cogíamos un cubo o más, los llenábamos de agua y tirábamos el agua desde la cima. También pescábamos peces y cangrejos, a veces con redes, cañas de pescar. Yo a veces intento coger los cangrejos con la mano, aunque es más eficaz con los reteles (depende del cebo que le pongas). Los reteles son unas redes con dos aros de metal, los normales, que en el interior hay un imperdible dónde se coloca el cebo. Lo dejas caer y cuando los levantas con una orquilla (una especie de tirachinas largo) se capturan los cangrejos, porque el primer aro de metal de levanta y el segundo se queda debajo del primero. Pescar peces era mucho más difícil que pescar cangrejos porque los peces son más rápidos y listos y a veces se te escapan por que no atrapan bien el cebo de la caña. El especialista en peces era César, pero la especialista en cangrejos era Carla, que no le daban miedo y los cogía con la mano sin pensar.

Un día, que entre en mi casa, me dijo mi madre:

- Marcos, nos mudamos a Valladolid.

- ¡No! ¡¿Por qué?! – grité yo sin pensármelo dos veces.

- Porque a tu padre y a mi nos han ofrecido un trabajo allí.

- Me alegro por vosotros, pero con lo que me gusta este pueblo ¡no quiero irme! Y además, aquí tengo a mis amigos y mi colegio. No podemos marcharnos. Es injunsto. Sólo pensáis en vosotros.

- Lo siento – dijo mi madre - en una semana nos mudamos a Valladolid. No puedes decir que no pensamos en ti. Ya sabes que necesitamos los trabajos y es una oportunidad única para que estudies en Valladolid.

- ¿Pero todavía tengo tiempo para jugar?

- Sí, ya te he dicho que nos vamos la semana que viene. Mañana voy a hablar con el maestro y se lo comento. A ti te toca decírselo a tus amigos. Y no te olvides, todos los fines de semana volveremos para que estéis juntos. No es tan dramático como ahora parece.

Nada más enterarme de la noticia, y con el permiso de mi madre, me fui corriendo en busca de Miguel, Carla y César. Les dije que tenía que darles una mala noticia y nos fuimos al río, nuestro lugar favorito. Nos bañamos y luego, cuando salimos del agua, entre todos hicimos una cabaña con unas cuerdas, que por suerte había unas cuantas tiradas en el suelo. Cuando terminamos la cabaña para sentarnos decidimos poner unas piedras. Luego cuando atardecía, nos fuimos cada uno a nuestra casa y quedamos para salir por la noche.

Ya cuando estábamos en casa nos duchábamos y nos cambiábamos de ropa para no oler tan mal. Cuando cayó la noche, nos echamos unas carreras, Miguel ganaba siempre, era el más rápido del pueblo. Antes de irnos a casa, aproveché la ocasión de que estábamos sentados en la plaza para darles la noticia.

- Chicos, os tengo que contar que mis padres han encontrado trabajo en Valladolid y nos vamos a vivir a la capital.

- Pero qué estas diciendo – dijo Carla.

- Te estás quedando con nosotros – continuó Miguel.

- Deja de gastar bromas que no tienen sentido – terminó César.

- Es verdad. No os miento. Nos vamos dentro de una semana – terminé diciendo yo.

Nadie volvió a hablar. Al cabo de un rato, cada uno nos fuimos a nuestra casa.

Al día siguiente, mi madre se lo contó al profesor, y decidieron preparar algo especial. Para despedirnos, mis amigos, con el profesor, me habían preparado dos cosas. Primero una excursión a una fábrica enorme y el último día, en el colegio me tenían preparada una fiesta sorpresa, pero yo no lo sabía.

La excursión fue a una fábrica muy grande, llena de cosas. Me gustaba mucho y decidí que tenía que investigar más sobre esta súper fábrica. Me fui por mi lado y me perdí. Estuve media hora sin encontrar el camino, pero mientras, estaba viendo una cosa que ni siquiera sabía que era. El profesor me cogió de la oreja y cuando volvimos al colegio, ¡qué bronca me echó!. En esos momentos me entraron ganas de irme a la ciudad y empecé a pensar en cómo sería el nuevo colegio en la ciudad... 

El último día, otra vez en el colegio, me hicieron una fiesta de despedida porque era mi último día de colegio en el pueblo. Trajimos palomitas, gusanitos y todo lo que ellos sabían que me gustaba aunque era comida basura. E incluso vimos una película. En el recreo pusimos música. Una despedida histórica. Tengo fotos que lo atestiguan.

Pero llegó el momento y nos tuvimos que marchar.

Ya sé que volvería al pueblo los fines de semana, pero… algo dentro de mi no estaba tranquilo. Los nervios empezaron a apoderarse de mi cuerpo y… al salir del pueblo casi rompo a llorar.

Cuando llegué a la ciudad, lo primero que hice fue entrar en mi piso (que no casa) y dije:

- ¡Este piso no me gusta y es muy pequeño, me gustaba mucho más mi casa de Cogeces!

Luego más tarde, mientras mis padres estaban deshaciendo el equipaje, les pedí permiso para ir a jugar al parque que se veía desde la ventana, pero no me dejaron ir. Me dijeron que tenía que ir con mi madre por si me perdía. Menudo rollo. Ir al parque con mi madre, como si fuera un pequeñín.

La verdad es que en el fondo tenía un poco de miedo, por lo que al final, sí que me acompañaron. Cuando llegué al parque había muchos niños jugando pero no conocía a ninguno  y no tenía sitio para jugar y tenía mucha vergüenza. Había una especie de red roja para escalar y un tobogán gigante para tirarte. Cuando llegué a la cima del tobogán, tenía miedo de tirarme porque estaba muy alto, se rieron de mi unos chicos mayores de unos 16 o 17 años aproximadamente.

Me quería ir.

Y me fui corriendo a encontrar el camino a Cogeces de Íscar yo solo. Mi madre no se dio cuenta de que me había ido. Estaría mirando otra cosa. ¡Qué madre más despistada!.

Estaba corriendo por las calles sin rumbo y no sabía dónde iba. Después de una hora, me di cuenta de que me había perdido, no tenía dinero para comprar comida y tampoco quería volver a ese piso de Valladolid. Veía mucha gente pidiendo dinero, por lo que pensé en ponerme a pedir y así podría comprar un billete de autobús para ir a Cogeces de vuelta. Encontré un vaso de yogur vacío, lo limpié como pude y me puse en una calle sentado en el suelo a pedir.

Al cabo de un rato, una persona dejó caer unas monedas (no sé si era hombre o mujer, no me fijé) di las gracias. Un hombre vio cómo me daban dinero y se enfadó con esa persona. Empezó a gritar que no había que dar dinero a todo el que está en la calle pidiendo, porque si no.... La policía Local oyó el jaleo, se acercó, terminó el disturbio y me encontró más atrás y dijo:

- ¿Qué haces aquí? ¿Dónde están tus padres?

- Me quería ir de la ciudad y me perdí – contesté con cara y voz de pena.

- Dime dónde vives y te llevo – dijo después el policía.

- No lo sé – contesté -  soy nuevo en Valladolid, acabamos de llegar esta tarde.

- ¿Y te sabes el número de teléfono de tus padres?

- Me sé el de mi padre - terminé la conversación.

Llamó a mi padre y al poco rato apareció mi madre, que estaba histérica, porque no sabía dónde estaba. Mi madre no mi riñó, pero me dio un abrazo que casi me ahoga, pero cuando llegué a mi casa… ni te cuento. ¡Pedazo de bronca que me echó!

Me fui a la cama, y dormí tan a gusto, aunque pensando que al día siguiente me tocaba ir al colegio nuevo.

Cuando llegué al colegio… ¡era enorme! Tendría unos… cincuenta mil millones de alumnos más o menos. Por ahí. Notaba todas sus miradas atravesándome el cuerpo. Después, al final de un largo pasillo, ponía 5ºB. Había muchas niños y niñas. Lo primero que hice fue presentarme. Nada que ver con el colegio de mi pueblo. Aquí había muchos profesores. Uno para cada asignatura. Bien pensado, eso es un adelanto, porque el pobre maestro del pueblo le tocaba dar todas las asignaturas de todos los cursos.

Luego, en el recreo, descubrí que en el patio había cuatro campos de fútbol y otros tantos de baloncesto, aparte del patio de los pequeño y… ¡impresionante! Pero lo que más me llamó la atención es que en los campos había dos porterías, en el otro colegio solo hay una y encima no cabe ni un alfiler. Parece que algo bueno iba descubriendo en este colegio.

Los chicos me dejaron jugar. Como no sabía, me enseñaron. ¡Eran muy majos!.

Ya cuando salí del colegio mi madre me vino a buscar y nos fuimos a casa. Cuando llegamos a casa, dije quejándome de nuevo:

- ¡Esta casa es una ruina!

- ¡Para de quejarte! - contestó mi madre.

- ¡Yo me quiero ir a Cogeces! - la dije.

- ¡Y yo quiero que te calles! - me contestó cada vez más furiosa.

- ¿Y si no me da la gana? - se lo dije con tono burlón.

- ¡Vete “pa” tu cuarto! - me respondió como cincuenta diablos furiosos.

- ¿Y dónde está mi cuarto? - le pregunté, porque se me ha olvidado dónde estaba.

- ¡Lo buscas! - terminó la conversación.

Cuando lo encontré, me tumbé en la cama y me vino un flashback a la cabeza. Recordé lo bien que me lo pasaba con mis amigos del alma, la pesca, la cabaña, el escondite… Y también recordé lo bien que me lo pasaba con mis nuevos amigos del cole.

Ya, en el fin de semana, quedé con Miguel, Carla y César en mi “antigua casa” para jugar. Cuando los vi, casi me pongo a llorar de la emoción. Ese fin de semana nos lo pasábamos como si fuera el último día de nuestra vida.

Y aquí acaba todo, bueno casi todo, porque me han pasado muchas cosas desde que estoy en la ciudad que me daría para poder escribir otro cuento. Ni es tan malo vivir en el pueblo, ni es tan malo vivir en la ciudad. O dicho de otra forma. Me gusta donde vivo y hacer lo que hago.

MARCOS UN NIÑO DE CIUDAD... MARCOS UN NIÑO DE CIUDAD... MARCOS UN NIÑO DE CIUDAD... MARCOS UN NIÑO DE CIUDAD...
MARCOS UN NIÑO DE CIUDAD...

 


UN PASEO POR EL BOSQUE

 escrito por Juan José Teresa Herrero (6 años)

Había una vez una niña que estaba celebrando su cumpleaños. La niña se llamaba Ana y tenía 6 años. Ana se fue con su padre Felipe de campamento con una tienda de campaña al bosque que hay cerca de su casa.

A la mañana siguiente se fueron por un camino muy extraño porque había unas plantas muy raras que en vez de tener pétalos tenían pinchos. Los dos juntos comenzaron a caminar y se encontraron con una bola de cristal que tenía dentro unos poderes antimuertos, pero ellos todavía no lo sabían.

Siguieron andando hasta que se encontraron dentro de una parte del bosque que estaba muy oscura. Felipe, el padre, encendió una linterna y de repente, vieron una sábana flotante con  ojos y boca saliendo de detrás de un árbol gigante.

Felipe y Ana se asustaron mucho.

Cuando iban a salir corriendo, se les cayó la bola de cristal de la mochila. De la bola de cristal comenzó a salir humo de distintos colores que se fue directo a Ana y a Felipe. El humo se transformó en un fantasma que explotó pero no explotó del todo. Con la explosión la sábana flotante se convirtió en unos granitos parecidos a los granos de arroz.

El padre  la hija siguieron caminando y cada poco aparecían fantasmas pero la bola de cristal siempre les defendía. Encontraron un saltador para saltar a los fantasmas. Para que los fantasmas no les siguieran, la bola de cristal se quedó dentro del bosque para que Felipe y Ana pudieran salir del bosque y regresar a casa.

Antes de llegar al campamento se encontraron con una bruja y saltaron encima de su espalda hasta que se cayó y también se convirtió en polvos de arena.

Por fin llegaron al campamento. Recogieron todas las cosas y se pusieron de camino para volver a su casa. Cuando llegaron a casa, le contaron a Carmen, la madre, todo lo que les había pasado pero la madre no se lo creyó. Entonces Ana sacó de la mochila unos polvos de un fantasma y la madre no tuvo más remedio que creer la historia que le habían contado.

No volvió a dejar a su hija y a su marido volver a ese bosque ellos solos.

UN PASEO POR EL BOSQUE UN PASEO POR EL BOSQUE UN PASEO POR EL BOSQUE UN PASEO POR EL BOSQUE

 

SECUESTRO INESPERADO

En el instituto, estaban todos disfrazados, porque era Halloween. Al salir del insti, los profesores les prepararon una merienda con el permiso de los padres. Había bocadillos, palomitas gominolas, gusanitos y la bebida que más les gustaba: coca cola.

Al caer la noche, María, Manuel y Rafa, seguían disfrazados pidiendo golosinas por todo el pueblo. Les acompañaba su perro Bartolo. Le llamaban así porque cuando tenía una flauta en su poder, el perro la tocaba. Los niños se la dejaban y él soplaba.

Como ya tenían todas las chuches de todas las casas del pueblo y querían más, le pidieron a sus padres y que si podían llevar las tiendas de campaña para hacer una excursión. Los padres dudaron un poco pero después de unas llamadas entre ellos, al final accedieron. Como todavía hacía buen tiempo, pese a ser finales de octubre, no pusieron ninguna pega a los tres amigos.

Cada niño se marchó a su casa y comenzó a preparar todo lo necesario. Manuel se encargó de la linterna por si a caso la necesitaban y unas cuerdas para asegurar la tienda de campaña y que no salga volando en caso de mucho viento. Rafa optó por el tema de la alimentación, sin olvidar llevar algo de comida para Bartolo y para coger leña, sin que e vieran sus padres, cogió una navaja para cortar. María preparó el agua necesaria para los tres días que iba a durar la acampada y además les hizo una lista a sus dos amigos de la ropa que tenían que llevar. Las chichas siempre son más precavidas que los chicos con estas cosas.

Cuando ya tuvieron todo preparado, incluyendo las chuches, se marcharon al pueblo abandonado donde querían hacer la acampada. Cuando llegaron al otro pueblo, como era un pueblo ruinoso, comenzaron a sentir un poco de miedo y a arrepentirse de haber elegido ese lugar. Todos son muy valientes cuando tienen a sus padres cerca, pero ahora que estaban solos en ese tétrico lugar…

- Creo que aquí no vamos a conseguir nada… - dijo Rafa.

- Sí, creo que tienes razón - respondió María.

- Venga chicos, ¡no hay que rendirse! - finalizó Manuel. Ya sabíamos que en este pueblo no había nadie, pero la idea es juntarnos a comer las chuches nosotros tranquilamente.

- ¡Tranquilamente en un pueblo abandonado y sin luz y sin agua corriente y sin…! - dijo María.

- Venga, dejadlo ya. Vamos a dar una vuelta antes de que se haga de noche.

La primera casa que fueron a explorar era de madera, toda podrida. Un solo ruido un poco fuerte y se derrumbaría con ellos dentro.

Llamaron una vez y…

No se oía nada al otro lado. El sonido de brisa helada les retumbaba en los oídos…

Llamaron la segunda vez y se abrió la puerta sin nadie detrás de ella… En ese mismo instante, el sonido de un lobo retumbó en el valle. Los tres amigos se estremecieron.

- ¿Cómo puede abrirse ella sola? - preguntó Manuel aterrorizado.

- Será el viento… - dijo Rafa que no le tiene miedo a nada (por ahora…)

Cuando entraron, estaba todo lleno de agujeros y telas de araña. Y… de repente…, oyeron un ruido en el piso de arriba muy siniestro.

- ¡¿Qué era eso?! - dijo Manuel tan asustado que casi sale volando.

- ¡Vayamos a explorar! – dijo Rafa muy seguro de sí mismo.

A Manuel le dio un escalofrío.

- ¡Rafa!, no vamos a ir. Ya sabes que a Manuel le da escalofríos cuando va a pasar algo y está tiritando de miedo - dijo María.

- ¡Cómo se puede ser tan cobarde! - añadió Rafa - Iremos y punto. A veces, a Manuel, le dan escalofríos por muchas cosas y ahora no tiene que tener miedo porque estamos los tres juntos.

Entonces los tres subieron al piso superior. Estaban buscando por todos los sitios y no encontraron nada. Sólo el ruido del viento les indicaba que arriba había algo, pero no sabían qué. Ascendieron a la buhardilla y estaba llena de polvo. Sólo se veían unas huellas humanas en el suelo gracias al reflejo de la luna. Esas huellas llevaban hasta…

- Manuel, ¿has traído la linterna? - preguntó Rafa.

- Si - continúo Manuel.

Y cuando se la dio, Rafa, la encendió. Estaba apuntando a todo con ella, cuando, de  repente…

- ¡Murciélagos! – dijo Manuel más asustado que nunca.

- ¡Corred! – gritó Rafa más asustado que Manuel.

En aquel momento, Manuel y Rafa, se fueron por la puerta principal seguidos de Bartolo y María se despistó. En vez de salir por la puerta principal con sus amigos, se fue ella sola por la puerta de atrás. Un murciélago la perseguía tan de cerca que no acertó a salir por el mismo sitio que Manuel y Rafa.

Como no tenía linterna y notaba que le estaba volando el murciélago cerca de su cabeza, siguió el camino por donde pudo hasta que se encontró con una casa moderna, llena de luz y en buenas condiciones. María se quedó sorprendida puesto que pensaba que el pueblo estaba abandonado y decidió entrar a investigar ella sola sin ayuda de nadie.

En la casa luminosa se encontraba María. Entró porque estaba abierta. Estuvo caminando por la casa. Bajó al sótano y encontró un montón de cosas: ordenadores, joyas, piedras preciosas, cuadros… ¡Increíble! Había descubierto la cueva del ladrón de casas. Toda la gente del pueblo estaba asustada porque había un ladrón de casas y la policía no lo encontraba. Ella había conseguido descubrir su guarida. Estuvo buscando sin parar sus collares, pendientes y su portátil.

Cuando encontró su collar favorito, oyó unos pasos muy fuertes. Miro hacia tras, pero no encontró nada, solo se oía el ruido que hacían las monedas al rebotar unas contra otras dentro de la bolsa de tela que llevaba. Empezó a rebuscar lo demás, cuando de pronto, sin previo aviso, unas manos grandes y peludas la taparon la boca y ataron sus manos y pies. Era imposible salir de esta pesadilla.

- ¡Valla, valla, valla…! ¿Qué tenemos aquí? – susurró el ladrón con una mirada diabólica. No podrás hacer nada. Este pueblo está abandonado. No puedes hacer nada para pedir ayuda. ¿¡Pero qué digo!? ¡Si estás atada!  

María gritaba desesperadamente. Aunque de su boca no salía más que un pequeño hilo de voz debido al pañuelo que le tapaba la boca.

- ¡Cállate niñata! Nadie te oirá en kilómetros. Deja de gritar o te tiro por la ventana de arriba.

María lloraba. Tenía miedo de que nadie la encontrara.

En algún lugar, Manuel y Rafa:

- ¡Dios!, menos mal que se fueron… - dijo Rafa asustado.

- Luego dices que yo soy el miedica - contestó Manuel.

- Tú siempre estás asustado – habló Rafa disimulando su miedo.

- Anda, no te chulees. Oye, ¿dónde está María?

- Ni idea…

- Vamos a buscarla.

- Una cosa, ¿por qué no aprovechamos que Bartolo tiene tan buen olfato para que nos ayude a encontrar a María? – preguntó Rafa.

- Buena idea. Mi padre es policía y mi perro es rastreador de personas  porque mi padre lo entrenó y también atrapa a los delincuentes. Vamos a las tiendas de campaña, cogemos una prenda de María y se le damos a Bartolo para que la busque – dijo Manuel.

En ese mismo momento fueron corriendo hasta las tiendas de campaña. Estaban muy cayados, tanto que solo se oía el crujir de las hojas que pisaban…

Cuando llegaron, cogieron una camiseta de su amiga, se la dieron a Bartolo y este puso el hocico en la camiseta y empezó a buscar.

- Oye, lo tendríamos que llamar Rastreator – dijo Rafa bromeando en medio del medio que tenía.

- Ja ja ja – se rió Manuel – ¡Qué chiste más malo!

Unos minutos más tarde, encontraron la casa del ladrón. Cuando entraron, vieron al ladrón, pero… María no estaba. Con las cuerdas que le sobraron a Manuel de montar las tiendas de campaña, Rafa, Manuel y Bartolo se lanzaron sobre el ladrón antes de que se pudiera dar la vuelta y le ataron. Hicieron un nudo de marinero que Rafa había aprendido en el campamento del verano pasado. Empezaron a hacerles preguntas, pero el ladrón no les respondía. Como el ladrón se cansaba de preguntas, quiso jugar con los chicos y en vez de decirles dónde estaba María, les dijo una adivinanza:

Vuestra amiga Abandonada está,

junto a ella riquezas y tesoros habrá,

en un sitio donde no llega el ojo

en la parte más oscura de abajo.

Los dos amigos se quedaron pensativos mientras el perro les miraba con una cara de duda, sin saber si estarse quieto vigilando al ladrón o salir corriendo en busca de María.

- Ya lo tengo – gritó Rafa – está en el sótano, en la parte más oscura de abajo y es el lugar donde no llega el ojo. Seguro que está allí donde este rufián tiene escondido todo lo que ha robado en nuestra comarca.

- Pues a qué esperamos. Vamos Bartolo, a buscar a María.

Empezaron a buscar la puerta de bajada al sótano, cuando Bartolo empezó a ladrar y a rascar en una estantería de madera. Rápidamente los dos amigos empujaron la estantería y detrás apareció una puerta secreta. La empujaron y del ruido que hizo, los dos amigos se quedaron pasmados, pero Bartolo ya estaba bajando a toda velocidad.

Al reinar el silencio, les pareció oír un pequeño gemido. Efectivamente, María estaba al final del sótano, atado de pies y manos, con la boca tapada por un pañuelo y una cinta aislante. Estaba muy cansada, pero se le soltaron las lágrimas en cuanto pudo ver que eran sus amigos los que habían logrado encontrarla.

Rafa cogió la navaja de su padre, cortó las cuerdas y el pañuelo yla soltó. Sefueron a por el ladrón, pero cuando llegaron, el ladrón se escapaba. No sabían como escapó con un nudo de marinero. Parecía Houdini. Bartolo le mordió el brazo para que no se escapara. El ladrón escapó gracias a su astucia e inteligencia. Cogió una pelota y la lanzó hacia dentro dela casa. Bartolo  persiguió ala pelota. Despuésde todo, es un perro y jugar con la pelota es lo que más le gusta hacer.

Llamaron a la policía con el móvil de Rafa. Aunque estaba castigado sin el móvil, él lo había cogido sin permiso ya que sabía donde esconde todas las cosas su madre.

Cuando llegó la policía, les preguntó todo lo que había sucedido. Ellos se lo contaron, pero sobre todo, lo de el ladrón. De pronto, una nota caía desde el cielo inesperadamente. Era un papel con palabras recortadas de revistas. Manuel la cogió al vuelo y la leyó:

Me voy de aquí,

a otro sitio de aquí o allí.

Sé dónde vivís y donde vais.

Así que tened cuidado…

…por donde camináis…

… por un sitio oscuro vais…

cuando menos os esperéis,

allí me encontraréis.

Todo el mundo se quedó en silencia, sólo so oía el respirar de Bartolo, que seguía con la pelota enla boca. Lostres amigos se miraron entre sí, y nadie supo qué decir. Recogieron todo lo que pudieron y se fueron a casa con la cabeza llena de… 

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