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CURSO 2010-2011
Cuento

    VII CONCURSO DE CUENTOS SOLIDARIOS  

   "UN JUGUETE, UNA ILUSIÓN"  

           Este año también hemos participado en este concurso de cuentos solidarios. Os ponemos el cuento que hemos escrito entre todos. Esperamos que os guste. Ya os contaremos si ganamos o no.

VIAJE A HAITÍ

 

Cogeces de Íscar está a 26 kilómetros de Valladolid pero a 6896 kilómetros de Haití. En nuestro colegio somos 7 niños y ninguno sabía nada de Haití hasta que pasó lo del terremoto del año 2010.

En nuestro colegio, estudian primero de infantil, Roxana y Juan que tienen tres años.  Valentín tiene cuatro años y está en tercero de infantil. De segundo de primaria solo uno, Samuel, que es hermano de Valentín. De tercero hay dos, Marta y Héctor. Hasta ahora Marta era la única chica que había en el colegio, menos mal que ha venido Roxana. Y de sexto curso solo uno, Diego. Es decir, tres de infantil y cuatro de primaria, en total siete niños.

Tengo que hablar de un Concejal del pueblo que se llama Carlos, que, aparte de ser Concejal, también trabaja en una ONG que se dedica a ayudar a los países del tercer mundo. Carlos puso unos carteles pidiendo ayuda para Haití. Colocó los carteles en el Ayuntamiento, en los tablones de anuncios de los bares del pueblo y también en un poste que hay cerca del colegio. Esa mañana, cuando veníamos todos al colegio, vimos el cartel que había puesto Carlos y se lo dijimos al profesor. Digo “el profesor” porque solo tenemos un profesor con nosotros todo el día. Para las clases especiales vienen otros: Pilar la de Inglés, Tomás el de Educación Física, Conchi la de Música y Yolanda la de Religión.

AYUDA A HAITÍ

  

cuento

 Soy Carlos, el Concejal del Pueblo. Trabajo en la ONG

 Ayuda Solidaria. Vamos a mandar un contenedor a Haití

 con todo lo que podamos y que sea de ayuda allí. Todo lo

 que puedas aportar será bien recibido.

Pero vamos a lo nuestro, estábamos con que nosotros habíamos visto el cartel que había puesto Carlos en el poste cerca del Colegio 

Una vez que se lo contamos al profesor, todos estábamos de acuerdo en ayudar. El miércoles, que es el día que abren el Ayuntamiento, fuimos todos los niños del colegio con el profesor a decir al Concejal Carlos que estábamos dispuestos a ayudar.

Carlos se puso muy contento. Como vio que teníamos buenas intenciones, nos propuso dos cosas. Primero nos dijo que por las tardes, después de hacer los deberes, podíamos pasar por las casa de los vecinos recordando lo que ponía el cartel. La segunda era que podíamos guardar en el colegio todo lo que la gente del pueblo fuera dando hasta tener preparado el contenedor para Haití.

Al día siguiente, a las cinco en punto de la tarde, quedamos todos los compañeros del colegio para ir a pedir a los vecinos cosas útiles para llevar a Haití. Cuando llegamos a la casa de Paulina, una vecina muy maja del pueblo, que no había visto el cartel, se lo explicamos. Nos dijo que fuéramos al día siguiente para tener preparado todo lo que nos iba a dar.

Luego fuimos a casa de Conce, otra vecina del pueblo. Y nos dijo que tenía un par de cosillas para darnos. Nos dio un libro, un camión de juguete de su sobrina y un estuche lleno de bolígrafos, lapiceros y gomas de borrar.

Cuando fuimos al Ayuntamiento a dejar las cosas que nos había dado Conce, pasamos por la casa de Aurita. Creíamos que no nos iba a dar nada, y nos dio ¡un ordenador portátil! No era el último modelo, pero funcionaba. La dimos las gracias y nos quedamos sorprendidos porque Aurita tiene fama de ser la mujer más tacaña de todo el pueblo.

Miguel, otro vecino del pueblo que tiene una gran huerta, leyó el cartel y nos ofreció un par de lechugas, un par de calabacines, un par de calabazas y un par de pepinos. Le dijimos que no lo podíamos llevar porque el contenedor con todos los objetos llegaría en abril a Haití y para esa fecha ya estaría estropeado.  

Así nos pasamos algunas de las tardes de los meses de noviembre y diciembre. Todos seguimos pidiendo por todas las casas del pueblo en busca de más objetos para llenar el contenedor. Primero lo dejábamos en el Ayuntamiento y luego, con ayuda de nuestras madres y padres, nos llevábamos todo al Colegio y lo ordenábamos en cajas. En cada caja poníamos qué cosas había dentro, para que luego fuera más fácil buscar lo que queríamos.

Cuando llegó el contenedor al patio del colegio, nos quedamos con la boca abierta. Era enorme. Casi nos quedamos sin patio. Este Carlos organiza cosas a lo grande, pero es que Haití necesita mucha ayuda. Entre todos, niños y padres, niñas y madres, metimos todas las cajas en el contenedor. Llamamos a Carlos y le contamos que todavía quedaba espacio. Nos dijo que no pasaba nada, que en el pueblo de al lado, en Megeces, también tenían muchas cosas preparadas y que así llenaríamos el contenedor.

A finales de Enero ya teníamos cerrado el contenedor, lleno hasta arriba: juguetes, libros, cuadernos, pinturas, ropa, mantas,… mil cosas que esperemos que sean útiles en Haití. Todos estábamos supercontentos, pero lo mejor estaba por llegar.

Carlos nos dijo que el contenedor iba por barco hasta Haití, y que no llegaría hasta el mes de Abril al puerto de la capital. Su ONG le había encargado ir a Haití para asegurarse de que el contenedor llegaba hasta el pueblo que les había solicitado la ayuda. El pueblo se llama Harry. Nos dijo que por qué no nos íbamos con él. Nos quedamos con la boca abierta. Al principio pensábamos que era imposible ir. Pero también era imposible llenar un contendor de cosas y lo habíamos conseguido.

Un momento para pensarlo.

Otro momento para comentarlo en casa y volver a pensarlo.

¡SI!

¡Nos vamos contigo!

Cuando nos decidimos a ir, solo pensamos en lo bien que nos lo íbamos a pasar, pero no pensamos ni en las maletas, ni tampoco en lo que íbamos a llevar cada uno. Al día siguiente cada uno ya había elegido una cosa para llevar.

Valentín llevó un camión y cochecito de juguete, porque decía que ya era mayor para jugar con esas cosas. Samuel decidió llevar un balón porque le encanta jugar al fútbol y pensaba en jugar con los niños de Haití. Héctor eligió un dinosaurio de juguete ya que es un especialista en estos animales. A Marta le encantan los juegos de mesa, por eso decidió llevar un juego de mesa que incluye el parchís y la oca. Y Diego, el mayor, eligió un libro, pero un libro en francés, porque en Haití hablan y leen en francés. Ahora que ya habíamos preparado todo. ¡NOS VAMOS A HAITÍ!

De Cogeces a Valladolid fuimos en coche. Nos llevaron nuestros padres hasta la estación de trenes que se llama Campo Grande. Ahí cogimos el ave hasta Madrid. No era la primera vez que montábamos en AVE, porque el año pasado ganamos un premio de pintura y de premio no llevaron en AVE a Madrid a recoger el premio.

Al llegar a Madrid, cogimos el metro desde Chamartín hasta Barajas. Ese fue el trayecto más complicado, puesto que llevábamos las maletas y había mucha gente. Menos mal que entre el profesor  Carlos y Juncal, la madre de Samuel y Valentín, todo salió bien. Se me había olvidado decir que el profesor también vino con nosotros, y claro, Juncal también, porque sus hijos son un poco pequeños.

Esperar en el aeropuerto es un rollo, porque tienes que ir a un sitio con las maletas para que las metan en el avión y luego te vas a otro sitio para ver si llevas armas o cosas peligrosas en tu equipaje. Como éramos niños, nos dejaron pasar casi los primeros. El viaje en avión era desde Barajas hasta Puerto Príncipe, la capital de Haití  Nos costó 893 €. Nos íbamos a quedar desde el 13 de Abril hasta el 7 de Mayo.

El viaje en avión fue un poco largo, porque salimos de Madrid el día 13 a las 10:15 y llegamos a París a las 12:20.  Nos tocó esperar en ese aeropuerto hasta las 19:10 en que salía otro avión desde París hasta Nueva York. Llegamos a las 21:10 del mismo día. Un poco de jaleo con eso del cambio horario, porque llevábamos un montón de horas sin dormir, y todos teníamos un sueño tremendo. Menos mal que pasamos una noche en un hotelito de Nueva York hasta las 8:20 del día siguiente en el que tomamos un avión hasta Puerto Príncipe. Llegamos a las 11:40 sanos y salvos.

Estando en el aeropuerto, no sabíamos qué hacer, así que preguntamos a Carlos qué hacer. Y nos dijo que vendría un autobús para llevarnos hasta el pueblo donde teníamos que llevar el contendor. Ya he dicho que el pueblo se llama HARRY. Menudo nombre para un pueblo, pero será su costumbre. Cuando llegó, nos montamos todos en el autobús. El profesor preguntó que dónde estaba el contenedor con las cosas que habíamos llenado. Carlos dijo que estaría en el pueblo mañana a primera hora. Le habían comunicado que el contenedor había llegado al puerto y un gran camión lo llevaría a HARRY al día siguiente.

Por la noche estábamos todos cansados y preguntamos que dónde íbamos a dormir y nos dijeron que dormiríamos en el polideportivo de colegio, porque no tenían más camas para nosotros. Nos dejaron unas mantas y unos cojines. Al día siguiente cuando salimos a ver si estaba el contenedor vimos una cosa enorme pero como ese pueblo era más grande que nuestro patio, pues parecía que ocupaba menos.

 Al despertarnos, cada uno dio su juguete a otro niño para que lo cuidara y jugara con él. Y ellos en vez de quedárselo para ellos, dijeron que lo llevarían a la nueva ludoteca que iban a abrir. Pero hasta que la abran lo guardarían en el colegio.

Cuando llegó la hora de comer a todos nos rugían las tripas de tanto que habíamos trabajado. Comimos en la calle con todas las familias en una gran mesa. Que estaba llena de comida echa por las mujeres de allí. Era como una fiesta de bienvenida. Todo estaba buenísimo. Cuando llegó la hora del postre pusieron ¡una tarta enorme! Estaba riquísima. Era de nata y chocolate que ponía: ¡GRACIAS POR HABER VENIDO A AYUDARNOS!

Cada día que estábamos allí hacíamos una cosa diferente. Nuestro horario era el siguiente. Nos levantábamos a las ocho de la mañana y después de lavarnos, desayunábamos todos juntos. Luego, después de desayunar íbamos a ayudar a reconstruir la ludoteca. Hacíamos hormigón, construíamos paredes, poníamos las baldosas en el suelo, íbamos poniendo las luces etc. Lo que más nos gustó a todos los niños fue a la hora de pintar y decorar la ludoteca. Nos manchamos un poco, pero bueno.

Cuando llegaba la hora de comer, nos íbamos en parejas a comer a casa de niños de la zona. Procurábamos comer todo lo que nos ponían, y eso que la comida era distinta de la de España. No tenían tortilla de patatas ni huevos fritos, pero hacían unos postres riquísimos. Todas las familias se esmeraban en cuidarnos, y eso que nosotros éramos los que íbamos a ayudar.

            Por la tarde, llegaba el momento mejor para nosotros. Samuel organizaba unos partidos de fútbol con el balón que llevó. Samuel hacía de entrenador y también de árbitro, aunque siempre terminaba jugando con ellos. Valentín se ponía también a jugar, porque le encanta el fútbol.

            Marta, enseñó a jugar a los juegos de mesa a los niños pequeños y se fabricaron otros tableros y fichas para poder jugar más partidas. Al final, muchos de los niños ganaban a Marta y ella se enfadaba un poco porque le gusta ganar siempre.

Héctor les enseñábamos a los más pequeños las partes de los dinosaurios y cómo eran y qué comían. Siempre terminaban haciendo dinosaurios de barro o plastilina para dejarlos como decoración de la ludoteca.

Diego, con el profesor y con Juncal, aprovechaban a enseñar a leer a los niños mayores. Era un poco difícil, porque no teníamos libros para todos.

Así se nos pasaron los días sin darnos cuenta. Cuando faltaba una semana para volver a casa, ya estaba hecha la ludoteca. Fuimos sacando las cosas del contenedor y las colocamos de la mejor forma que pudimos.

Cuando faltaban, ya solo dos días para irnos, la ludoteca estaba preciosa. La habíamos decorado con flores, con cuadros etc. Habíamos empezado a descargar las cosas del contenedor, y como habíamos puesto los nombres de lo que había en cada caja era muy fácil encontrar lo que queríamos.

Pusimos el ordenador que nos había dado Aurita a la entrada de la ludoteca. Hicimos una sala para los más pequeños con los camiones y los coches de la Conce. Otra sala para los niños de la edad de Samuel con los balones y los dinosaurios de Héctor. Y otra para los más mayores con los libros que había traído Diego y con los juegos de mesa de Marta. En total había cuatro salas. La principal, la de los más pequeños, la de los medianos y la de los mayores. Nuestro trabajo estaba terminado.

El día antes de marcharnos hicimos una fiesta para inaugurar la ludoteca, y una fiesta de despedida. Nos juntamos delante de la ludoteca. Allí había mucha gente. El primero en hablar fue el alcalde, para darnos las gracias por todo lo que habíamos hecho por ellos. Después salió Carlos, el concejal y les dijo que seguiríamos en contacto desde Valladolid. Luego, los niños y niñas del pueblo se pusieron a cantar y bailar de una forma que nos quedamos con la boca abierta. Nos invitaron a bailar, pero nos daba un poco de vergüenza, la única que salió fue Marta. Terminamos la mañana con una serie de juegos deportivos. Samuel metió un golazo en el partido de fútbol. Las madres de los niños nos prepararon una comida espectacular. No sé de dónde sacan esas cosas tan buenas con todo lo mal que lo están pasando. Todos nos los pasamos muy bien, incluso los niños y mayores de Harry. Todos brindaban porque les ayudamos mucho. Nos hicimos unas fotos y nos despedimos hasta la próxima.

Esa tarde la pasamos haciendo las maletas y preparando el viaje de regreso. Estábamos un poco tristes por marcharnos, pero también contentos por regresar a casa con nuestras familias. Carlos y Juncal y el profesor, nos ayudaron a hacer las maletas.

La noche se nos pasó volando. Casi ninguno pudo dormir de los nervios. Por la mañana nos montamos en un autobús que nos dejó en el aeropuerto de Puerto Príncipe, la capital de Haití. Nos montamos en el avión hasta Nueva York y después de esperar una hora nos montamos en otro avión hasta París. Otras dos horas de espera y por fin nos montamos en el último avión hasta Madrid. Allí ya nos esperaban nuestras familias. Con pancartas y todo. Hasta una televisión vino a hacernos una pequeña entrevista. Menudo jaleo.

Sólo nos falta contar la moraleja de este cuento. ¿Qué hemos aprendido? Diego dice que hay muchas cosas buenas y malas fuera del pueblo. Marta comenta que tiene que compartir más. Héctor que tiene que estudiar más para que cuando sea mayor pueda enseñar a los niños. Samuel quiere volver y Valentín sigue soñando con los niños de allí. Pero todos hemos aprendido que hay gente que lo pasa peor que nosotros y sobre todo, que lo poco que tienen lo comparten.

            Después de regresar al colegio, nos pusimos manos a la obra y pensamos en montar una exposición de fotos para contar nuestra experiencia. Invitamos a todo el pueblo, y así Conce pudo ver a los niños con los juguetes que nos había dado, y la “tacaña” de aurita el ordenador portátil en la entrada de la ludoteca.

            No sabemos si se volverá a repetir esta experiencia, pero a todos nos ha servido de aprendizaje para nuestras vidas. Muchas gracias a Carlos por invitarnos y a todos los Cogeceños por ser tan solidarios.

            Nos vemos

            Alumnos del CEIP San Roque de Cogeces de Íscar en Valladolid.

Para saber más sobre este concurso pincha en www.unjugueteunailusion.com

 

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